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Omar Guerrero, la guerrilla, la aventura, la ley

 

 

    Zapata 21

 

Octavio Augusto Navarrete Gorjón

 

                                                                             I

 

La muerte violenta de Omar Guerrero Solís, el comandante Ramiro, en un paraje de la Tierra Caliente, es un acontecimiento relevante para la política guerrerense.  El combatiente murió a manos de uno de sus aliados, en un episodio que requiere aclaración puntual.  Lo mató el Cuche Blanco cuando se repartían el botín de un secuestro, ante testigos que ya han sido presentados ante la autoridad competente.

  

 

   La muerte de Ramiro constituye la evidencia más plástica de la descomposición por la que atraviesan las agrupaciones políticas armadas.  Omar Guerrero topó tempranamente con la injusticia y la violencia; que le arrebató a sus familiares más cercanos en episodios que marcarían su vida para siempre.  No llegó a los grupos armados de izquierda después de alguna represión, sino por una vocación por las armas y la violencia que no necesitaban ninguna justificación política.

 

  Su personalidad y su autonombramiento de comandante no soportan la más mínima comparación con los guerrilleros clásicos de nuestro estado.  Tanto Genaro Vázquez como Lucio Cabañas, antes de empuñar las armas tuvieron una gran participación como líderes estudiantiles y magisteriales.  La vía armada fue para ellos la última opción cuando se les cerraron las avenidas de la legalidad.  Ambos eran profesores normalistas; es decir, trabajadores del intelecto.  Omar Guerrero casi no tenía preparación política; todo su bagaje intelectual  se resumía en algunas consignas contra el capitalismo y su aspecto doctrinal: el neoliberalismo económico.  Nadie sabe cómo llegó a los agrupamientos armados de izquierda y mucho menos su rápido ascenso hasta tener autoridad sobre algunos destacamentos armados.

 

   Estuvo preso en el Cereso de Acapulco y fue confinado al área conocida como "el ceresito" por su supuesta alta peligrosidad; de donde escapó junto con varios narcotraficantes extranjeros.  Periodistas que lo entrevistaron allí nos hablan de una autoridad ganada ante los delincuentes, que aunque eran mayores que él, se le cuadraban a su paso.  Todo parece indicar que desde la cárcel de Acapulco, Ramiro tejió una extraña alianza que nunca rompió. 

 

   Genaro y Lucio nunca personalizaron su lucha; siempre trataron de justificar la violencia que aplicaron en función de los objetivos mayores de la revolución (antioligárquica, decía Genaro;  pobrista,  decía Cabañas).  Omar Guerrero siempre personalizó el tema de la violencia política; a la hora de su muerte, libraba una campaña personal contra el ex jefe de la policía judicial Erit Montufar.  Nos parece que la serie de acusaciones que hizo en su contra eran sólo el celofán para tapar su orfandad ideológica. 

 

   Tampoco soporta la personalidad de Omar Guerrero una comparación en el campo militar.  Fiel a los señalamientos personalistas, retó al ejército a enfrentarse con él en la sierra.  "Los choques con soldados son inminentes", dijo, y cierta prensa que quiere ver sangre acampó en espera de los enfrentamientos que por fortuna nunca se dieron. 

   Lucio Cabañas nunca retó al ejército en forma personal; sin embargo soportó 22 campañas militares en su contra, causándole graves pérdidas a lo largo de siete años de emboscadas y batallas abiertas.  En la última de esas campañas, denominada Telaraña II, cayó  combatiendo al lado de dos de sus seguidores.  Ante un contingente que lo superaba con mucho en personal, armamento e infraestructura, el profesor alcanzó a ordenar la defensa y colocar a sus diezmadas fuerzas en posición de combate.  Así muere un guerrillero de verdad, no en la mezquina disputa por un botín. 

 

   El fugaz tránsito del joven comandante Ramiro por la guerrilla mexicana pone en evidencia los procesos de descomposición en que se encuentran estos agrupamientos.  Sin embargo, de ello no podemos concluir que el problema esté superado o de que toda la guerrilla tenga acuerdos con grupos criminales.  Por las tradiciones de lucha y represión habidas en México, es perfectamente factible que continúen vigentes algunos grupos y que incluso amplíen sus filas por los ejércitos de desocupados y oprimidos que está dejando el neoliberalismo priísta y panista.

 

  La liberación hace un mes del comandante Antonio y la muerte del comandante Ramiro (puros comandantes tiene la guerrilla mexicana actual) debe hacer reflexionar a los agrupamientos político-militares sobre la pertinencia de la vía armada; sobre todo dada la extensión de la violencia de grupos criminales, que terminarán por contaminar las prácticas y objetivos de cualquier agrupación de ese tipo.  La creciente politización de algunas bandas criminales, como la Familia Michoacana, puede hacer coincidir pronto en un solo bando a fuerzas que hoy están distantes.  Hay que evitarlo. 

 

  Por ello es necesario hacer énfasis en otras vías y debatir ideológicamente con quienes se han convertido en los propagandistas de la vía violenta.  La línea dura para la izquierda mexicana de hoy no es tomar un arma e incitar al motín.  La línea dura es insistir en el respeto a la legalidad y seguir convocando al cambio pacífico.  Mientras en Guerrero se daba a conocer la noticia de la muerte del comandante Ramiro, en la capital del país López Obrador convocaba a una muchedumbre consciente a hacer en México una revolución pacífica.  Esa es la línea dura, la de los hombres y mujeres que resisten campañas de desprestigio y que insisten en un cambio por la vía legal que más temprano que tarde tendrá que darse.

 

   Las discrepancias fundamentales con Omar Guerrero Solís no pueden ser pretexto para la humillación.  Su cuerpo debe ser entregado a sus familiares o a los simpatizantes que quieran hacerle los rituales políticos o religiosos que crean que merece.  Equivocado o no, fue un protagonista privilegiado de este convulso tiempo mexicano.  Finalmente, la muerte de cualquier ser humano nos afecta porque con ellos muere también algo de nosotros mismos.

 

CORREO CHUAN 

 

   El abogado José Sánchez fue mi alumno en la escuela de Derecho y Ciencias Sociales de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.  Era un muchacho estudioso; radical pero pacífico.  El lunes 23 de noviembre hice una intervención en el programa radiofónico de Jorge Zamora (MVS-Radio) que fue respondido por mi ex alumno en términos muy severos.  De eso se trata, de debatir en forma respetuosa.  Espero que cuando menos haya dicho que fui su maestro (aunque no fui yo, sino Angel Aguirre, el que lo echó a perder).  Reconozco en Pepe a un especialista en el tema guerrillero:  El asunto de la guerrilla y los agrupamientos informales de combatientes del crimen organizado debe airearse; hay que empezar a discutir en serio este problema, antes que el destino nos alcance.  La fiesta apenas comienza.  Agradezco a doña Leonor Ortíz las correcciones que le hizo a un primer borrador de este material.

   El correo chuan dice que la guerrilla de hoy, de puros comandantes, es muy distinta a la de ayer, de campesinos y estudiantes pobres.  También dice que el comandante Ramiro no puede compararse con Lucio Cabañas o con los otros dirigentes históricos de la guerrilla guerrerense.  Unas versiones dicen que está muerto, otras que está herido; en fin, otras dicen que anda huyendo; si así fuera el asunto debo aclarar que no busquen al Cuche Blanco en mi granja.  Yo sólo tengo cuches pintos.  Zapata 21 es una dirección de bellos recuerdos.

 

E-mail: correochuan@hotmail.com

 




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