Zapata 21 Octavio Augusto Navarrete Gorjón I Conocí a Eduardo González Ramírez en la escuela de Economía de Siempre he pensado que los que estudiamos economía en ese tiempo fuimos académicamente privilegiados. Entre 1978 y 1982, se había producido la petrolización de la economía mexicana. De la afirmación de José López Portillo de que nos preparáramos para administrar la abundancia (ya suena el dinero en las arcas nacionales, decía) pasamos al estrepitoso derrumbe de A esa generación le tocó atestiguar, en el congreso de economistas de Morelia en 1981, uno de los debates más substanciosos acerca del destino nacional. Los resultados de ese congreso influyeron para que fuera Miguel de Esa generación también atestiguó la política económica del consenso de Washington y la trilateral y su resultante teórica y práctica más depurada: el proceso de globalización, que en México apenas se conocía como proceso de reconversión industrial, que tuvo en el Programa Nacional de Fomento Industrial y Comercio Exterior (Pronafice) su expresión programática más acabada. En ese documento, se proyectaba el desarrollo de México para convertirlo, en los primeros años del siglo XXI (es decir, los tiempos que corren) en una potencia industrial intermedia, exportadora de manufacturas, siguiendo el ejemplo de Brasil. II En suma, la sociedad mexicana y el mundo de ese tiempo, eran un caleidoscopio, un inmenso taller donde se ensayaban las más diversas teorías económicas para enfrentar los desafíos del desarrollo. En ese taller (de coyuntura) Eduardo González Ramírez desplegaba una increíble habilidad para analizar, ponderar y proponer medidas visionarias para ese tiempo. Su toma de partido en la izquierda no impidió el reconocimiento puntual y explícito de los adversarios políticos. Ubicó tempranamente en la generación de Carlos Salinas a un grupo visionario de políticos. "Son de derecha, me dijo una vez, pero es una derecha ilustrada, saben a dónde va el mundo y qué es lo que quieren. Nosotros debemos prepararnos para enfrentarlos en el campo de las ideas". Esa, era una forma de decir: "también tenemos una idea del mundo y podemos debatir con ellos". Del debate de Morelia me dijo: "Desde el punto de vista de la ideología y la justicia, estábamos en lo correcto, los salarios mexicanos son muy bajos; pero desde el punto de vista de la productividad del trabajo Pedro Aspe tenía razón. Él usó un subterfugio en el debate, nos percatamos tiempo después: comparó los indicadores de productividad de México con los de los 'tigres asiáticos' (Singapur, Taiwán y Corea); nos metió gol, fue un golazo" III Eduardo González perteneció a un grupo que, llegados cada quien por su lado, trajeron a la escuela de Economía disciplina y rigor analítico. Coincidieron varios maestros mexicanos con otros llegados del exilio latinoamericano, que dejaron en González Ramírez no hacía ninguna concesión a la demagogia. Nos enseñó que las materias de coyuntura, tan propensas a que el investigador se quede en la denuncia o en la proclama, requieren tanto rigor intelectual como las ciencias exactas. Era común que interrumpiera a sus alumnos: "todo lo que dices es cierto, pero no tiene que ver con lo que estamos tratando, no haga usted demagogia". III Tamaulipeco de nacimiento, era egresado de Como militante comunista, fue asesor de Arnoldo Martínez Verdugo y en 1988 coordinó la campaña presidencial de Heberto Castillo a la presidencia de la república. Fue de los que más contribuyeron al debate que concluyó con la declinación del ingeniero Castillo (candidato del PSUM) a favor de Cuauhtémoc Cárdenas. Al año siguiente, el 4 de diciembre, meses después de la caída del Muro de Berlín, murió Eduardo González Ramírez. Como se escribió en Como temas, IV Nos vimos por última vez una semana antes de su muerte. Había ido a Puebla a dar una conferencia y comimos juntos en un restaurant del centro de la ciudad. Iba con un traje gris brillante; lo apretado de su chaleco resaltaba su figura atlética, se había dejado crecer la barba y su rostro estaba enrojecido. "Es el calor", me dijo; nadie hubiera sospechado que ese joven alto y fuerte incubara en su cuerpo un mensaje mortal. Los dos teníamos prisa y no platicamos algunos temas pendientes. Era temporada de despedidas; le expliqué que en tres semanas regresaría a Guerrero y tuve la fortuna de agradecerle lo que había hecho por mí. Se sorprendió cuando le recordé una charla en la escuela de Economía. Él revisó uno de mis trabajos y me preguntó por qué no publicaba; le contesté que no tenía tantos conocimientos como él; sólo tendría preguntas, le dije. En ese tiempo él publicaba un ensayo en la revista Proceso ("lo leo cada semana maestro", le dije; no, me respondió; "cada quince días, si publicara cada semana me volvería loco"). En su réplica me explicó que aún de preguntas puede hacerse un buen análisis económico; "la condición es que se haga con honestidad y congruencia", afirmó. Le tomé la palabra, mandé mis materiales a un periódico y hasta este tiempo no he dejado de publicar. Con frecuencia, algunos lectores me preguntan por qué escribo ensayo y no artículo corto. Les respondo que por una formación académica en la que mucho tuvo que ver mi maestro Eduardo González. Estoy consciente que abuso de la paciencia del lector y la hospitalidad de los editores al poner aquí estos recuerdos. Creo sin embargo que este es justo el tiempo y el lugar para ubicarlos. V Una ocasión que mi maestro y yo esperábamos a los otros compañeros del taller, miré sobre su escritorio un altero enorme de hojas fotocopiadas, cuidadosamente engargoladas. Me lo prestó para hojearlo y descubrí un impresionante fichero sobre economía mexicana. Comenzaba el trabajo con dos fichas de Leopoldo Solís, que fue director del Banco de México y patriarca de varias generaciones de economistas mexicanos. En la última página había dos fichas; una del especialista agrario Julio Moguel y otra del especialista en temas petroleros José Antonio Rojas Nieto. En el cuerpo del texto, una ficha tras otra a renglón seguido, iban acompañadas de frases lacónicas, afirmativas o negativas de Eduardo González. En ocasiones apenas ese conectivo era un "pero" o "entonces". Material de lectura fácil, el enorme fichero (unas trescientas páginas) era un compendio que abarcaba prácticamente toda la producción teórica que hasta ese momento había en México. Aquel material era un primer acercamiento al estudio de las escuelas del pensamiento económico mexicano. Me explicó que un trabajo de esa naturaleza hacia falta para esclarecer muchos temas contemporáneos. "No es posible, me dijo, que hayamos escrito el requiescat sobre el desarrollo estabilizador sin saldar cuentas con los cepalinos (se refería al grupo de economistas latinoamericanos que trabajaban en No sé qué fue de ese material; de hecho nunca he visto un libro que se le parezca siquiera (y que también juzgo muy necesario, sobre todo en este tiempo, en que tanto charlatán anda suelto). Si con el homenaje a Eduardo González a veinte años de su muerte, los universitarios poblanos honran su fama pública de memoriosos; otro reconocimiento académico debería ser la terminación y publicación de una obra que el maestro dejó bastante avanzada y que para concluirla sólo faltaba seguir con buen método, los hilos verticales y horizontales que la obra tenía indicados. VI Una semana después de aquella comida, supe que estaba internado. Me dieron el nombre de un hospital en la ciudad de México. "Iré a verlo mañana", le dije al amigo que me dio la mala noticia. "No, me respondió mi amigo, nadie puede verlo; de los cientos de variantes de la hepatitis, el que tiene Eduardo es el único incurable". No describiré lo que sentí entonces, que es casi lo mismo que siento ahora. Celebro que la escuela de Economía le rinda un homenaje a alguien que influyó mucho en la vida académica y política de su tiempo. Desde la distancia vuelvo a sentir su presencia inasible en cada línea que escribo. Esa presencia formadora e integral, es parte del material de mis recuerdos y esperanzas, esa mixtura ambigua de que están hechos nuestros sueños. A los universitarios poblanos les digo que honrar la memoria de los hombres y mujeres constructores, es el camino más corto para recuperar un sentimiento de pertenencia hoy devaluado. Recordar lo que debe recordarse hace grandes a los universitarios de hoy. El ejercicio de la memoria siempre será subversivo para el status quo, porque para recordar primero necesitamos ponernos de acuerdo en qué recordar y qué énfasis poner a lo que se recuerda. Por eso ha tenido tanta fortuna la célebre frase del escritor polaco Milán Kundera: "La lucha del hombre contra el poder, es la lucha de la memoria contra el olvido". La memoria de Eduardo González Ramírez subvierte el orden porque él hizo lo que casi nadie hace ahora, analizar la realidad con rigor, para incidir en ella y transformarla, no para la contemplación y la pasividad. Al evocarlo tendremos que abordar los diversos temas que el pensamiento único de la derecha ha querido sepultar y que el investigador dejó como en espera de mejores tiempos. Por eso, aunque el sentimiento de hoy es el mismo de entonces y puede expresarse con la frase de un tango de Gardel ("que veinte años no es nada"), el acto conmemorativo nos convoca a mirar al futuro más que al pasado, a descubrir las luces de un porvenir que el trabajo del maestro supo vislumbrar. Percibimos entonces la misma sensación de ruptura de hace dos décadas, y podemos terminar con la frase que definió el sentimiento de aquellos días aciagos: "como si un hilo muy delgado se hubiera roto dentro de mí". |
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